miércoles, 26 de septiembre de 2012

El Joven, el abuelo y el burro


Un viejo español y su hijo llevaban un burro al mercado para venderlo. Iban padre e hijo a pie para que el animal llegara menos fatigado a la feria.

  Al poco rato encontraron unas mujeres, y una de ellas dijo:                                                       
   ¡Miren qué hombres más tontos! Andan a pie teniendo tan hermoso burro.

  El viejo oyó estas palabras y mandó al hijo que montara en el asno.  Después de haber andado algún tiempo pasaron cerca de un grupo de ancianos, que se mofaron de la acción del mozo que iba montado mientras que su padre iba a pie.

  El viejo entonces hizo que se desmontara el hijo y subió él sobre el burro.                                            
  Más adelante hallaron un grupo de mujeres y de muchachos que al verlos pasar dijeron:
  ¡Qué vergüenza de viejo! Muy cómodo en su pollino mientras que el muchacho va a pie jadeante y  cansado.
                                                   
  El padre al oír esto hizo que el muchacho montase al anca y así montados los dos siguieron su camino.

  Al buen viejo le parecía que había encontrado la manera de ir a gusto de todo el mundo cuando un hombre que pasaba gritó dirigiéndose al grupo. 
                
  ¿Cuál de los tres es el burro?
  Sintióse el viejo muy mortificado con esta pregunta burlona y el otro la explicó diciendo que era una barbaridad cargar de aquella manera a un animal tan pequeño y débil y les hizo ver al padre y al hijo lo cansado que el burro estaba.

  –Mejor sería que lo lleves cargado hasta el pueblo próximo para evitar que se muera en el camino.

  El viejo creyó razonable esta observación y entre él y su hijo buscaron un fuerte palo ataron al burro a él y tomando en hombros una extremidad el padre y otra el hijo fueron trabajosamente cargados con la bestia con dirección al pueblo.

  Pero entonces se fué reuniendo alrededor de ellos como una procesión de gentes que se burlaban de las personas llevando a cuestas un burro.
  –¡El mundo al revés!–gritaban en tono de mofa.
  Por fin al pasar por un puente hizo un esfuerzo el burro para recobrar su libertad asustado por tanto alboroto y cayó al agua y se ahogó.
  Por querer complacer a todo el mundo perdió el pobre viejo su asno Es bueno ser complaciente pero sin renunciar al sentido común. Anónimo.

EL BUEN PERRO DE "SAN BERNARDO"

La rueda de un carruaje hirió la pata de un hermoso perro de San Bernardo.  Iba éste hacia su casa cojo y dolorido, y al verlo pasar un herrero le dió lástima.
         Lo llamó le lavó la herida puso en ella unas gotas de bálsamo y la vendó cuidadosamente .El perro siguió haciendo visitas diarias al herrero éste lo siguió curando y al cabo de una semana el perro estaba curado por completo.
          No se olvidó por eso de su bienhechor a cuyo taller acudía con frecuencia para mostrarle su agradecimiento.
         Habían pasado algunos meses cuando una mañana encontró el herrero en la puerta de la herrería dos perros.  Uno de ellos era su antiguo amigo el de San Bernardo y el otro un galgo que tenía la pata herida y llena de sangre.
         El herrero quedó asombrado de aquel rasgo de inteligencia y de nobleza de sentimientos en un animal y se puso a curar al galgo. El de San Bernardo hizo entonces grandes demostraciones de agradecimiento y de cariño,  mientras el herrero llorando de gozo le decía.
          Hiciste bien, y te lo agradezco . Sabías que podías contar con tu antiguo amigo y no sólo has favorecido a este perro sino que me has dado una mañana feliz   anónimo.
“El niño tenía once años de edad, era estudioso, normal y cariñoso con sus padres. Pero al niño le daba vueltas “algo” en la cabeza. Su padre trabajaba mucho, ganaba buen dinero y estaba todo el día en sus negocios. El hijo le admiraba porque "tenía un buen puesto".
Cierto día el niño esperó a su padre, sin dormirse, y cuando éste llegó a casa, le llamó desde la cama:
–Papá –le dijo- ¿cuánto ganas cada hora?
–Hijo, bastante, mil soles. ¿Por qué?
–Quería saberlo, gracias papá.
–Bueno, duerme hijo mío.
Al día siguiente, el niño comenzó a pedir dinero a su mamá, a sus tíos, a sus abuelos… En una semana había reunido quinientos soles. En la noche, el niño llama a su padre:
-Papá, por favor dame quinientos soles que me hacen falta para una cosa muy importante...
–¿Muy importante, muy importante? Toma los quinientos soles y duerme –dijo el padre.
–No, papá espera; mira, tengo mil soles, tómalas. -¡Te compro una hora!
-Tengo ganas de estar contigo; de hablar contigo; a veces me siento muy solo, y tengo envidia de otros chicos que hablan con su padre...
El padre le abrazó”.
 (Fermín de Mieza: "Dios de perfil y ochenta minifábulas más") Y