miércoles, 26 de septiembre de 2012

“El niño tenía once años de edad, era estudioso, normal y cariñoso con sus padres. Pero al niño le daba vueltas “algo” en la cabeza. Su padre trabajaba mucho, ganaba buen dinero y estaba todo el día en sus negocios. El hijo le admiraba porque "tenía un buen puesto".
Cierto día el niño esperó a su padre, sin dormirse, y cuando éste llegó a casa, le llamó desde la cama:
–Papá –le dijo- ¿cuánto ganas cada hora?
–Hijo, bastante, mil soles. ¿Por qué?
–Quería saberlo, gracias papá.
–Bueno, duerme hijo mío.
Al día siguiente, el niño comenzó a pedir dinero a su mamá, a sus tíos, a sus abuelos… En una semana había reunido quinientos soles. En la noche, el niño llama a su padre:
-Papá, por favor dame quinientos soles que me hacen falta para una cosa muy importante...
–¿Muy importante, muy importante? Toma los quinientos soles y duerme –dijo el padre.
–No, papá espera; mira, tengo mil soles, tómalas. -¡Te compro una hora!
-Tengo ganas de estar contigo; de hablar contigo; a veces me siento muy solo, y tengo envidia de otros chicos que hablan con su padre...
El padre le abrazó”.
 (Fermín de Mieza: "Dios de perfil y ochenta minifábulas más") Y

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